La igualdad de derechos debe ser una prioridad en cualquier
sociedad desarrollada y democrática. Y la igualdad empieza por la libertad. La
discriminación que durante siglos ha sufrido el sexo femenino no sólo ha
perjudicado a la mujer, sino a toda la sociedad, y creo que eso es algo que en
el último siglo ha calado profundo en los países más avanzados.
Es mucho más enriquecedor para cualquier país contar con el
potencial y los recursos de toda su población, no sólo con la mitad.
Incentivar, favorecer y propiciar la participación de todos y todas en la
construcción de un estado, de una comunidad, es el mejor camino hacia la
igualdad y la convivencia.
Ser libre para elegir o rechazar no puede ser sólo una opción de
hombres. Las mujeres deben y quieren implicarse en todos los ámbitos de la
vida, y los hombres también. Porque la historia nos ha enseñado que las mujeres
son capaces de ser madres, amas de casa, profesionales, independientes y
ejecutivas, todo a la vez o por separado. Pero la verdadera igualdad llegará
cuando el hombre también se sienta libre y preparado para asumir los mismos
roles.
Apostar por la conciliación laboral, familiar y personal como
estrategia que facilita la consecución de la igualdad efectiva entre hombres y
mujeres. Porque si las mujeres siguen en un segundo plano aún en muchos ámbitos
de la vida profesional, es porque para alcanzar puestos de poder se encuentran
con muchos más obstáculos que los hombres y deben afrontar sin remedio
renuncias personales.
La generalización es peligrosa, pero es evidente que la repetición de situaciones marca una pauta innegable en nuestra sociedad. Y para alcanzar esa igualdad efectiva es esencial que los hombres den un paso adelante también, y que las mujeres lo acepten. A la hora de afrontar la creación de una familia, de gestionar el hogar, de asumir reducciones de jornada o excedencias y, en resumen, de aceptar que el sexo no determina a la personas ni a sus acciones.
Hemos avanzado, es innegable. Pero mientras queden resquicios
por los que se siga colando la discriminación hacia las mujeres, mientras se
las relegue a una situación de inferioridad en los diferentes espacios de la
vida, sin valorar su valía como personas o profesionales, habrá que seguir
levantando la voz, denunciar las injusticias y reivindicando la igualdad desde
la libertad.
El feminismo es igualdad, pero no es patrimonio de ningún
partido ni ideología; es patrimonio de las mujeres. Es lo que ha hecho avanzar
a la sociedad en los últimos años hacia horizontes de bienestar, y para continuar
esta senda tenemos que contar con toda la sociedad, porque la igualdad es una
lucha en la que debemos implicarnos mujeres y hombres.
La igualdad de oportunidades es irrenunciable en este camino.
Debemos superar la educación patriarcal que aún perdura en parte de la
población y no permitir el borrado de una coma en los derechos ya conseguidos.
Eso lo tenemos claro y quien piense lo contrario, creo, que se equivoca profundamente.
Por último dar las gracias a los preparadores y tutores del curso, que particularmente me ha enriquecido en muchos niveles tanto de mi vida social como laboral.
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